Ese Inmenso Amor

Si tuviera que explicar lo que significa para mí la poesía, ir enlazando versos para conseguir un latido… diría que la poesía es sucumbir ante la seducción de la palabra/la pasión del sentimiento.

Transformarte en esponja, capaz de empaparte de luz y sombra; de gozo y duelo.

Ordenar “arrebatos” y vestirlos con alas, ayudándoles a que no se precipiten al vacío…

Permitirte dejar que te invada el suave aleteo de mariposas, tan bellas como efímeras.

La vida, a veces, viene cargada de sorpresas; pero estamos tan inmersos en la prisa, en ese vértigo de la “ansiedad a la espera siempre de lo que no sucede”, que no somos capaces de PERCIBIR y, como si tuviésemos atascado el olfato del alma, dejamos que pasen por nuestro lado (sin tocarnos) cosas sencillamente maravillosas

Acaso se nos escape un suspiro de ausencia, tan sólo eso, y sigamos pendientes del próximo vuelo de una hoja de otoño, de un murmullo de viento, de una mirada fugaz… sin atrevernos a atrapar ese instante ÚNICO en el que se nos está ofertando una gota de dicha, olvidando que una humilde gota, unida a otra humilde gota, acaba formando un océano.

Me siento afortunada de haber sido capaz de percibir, de inmediato, esa gota, ese regalo, ese don… aunque debo admitir que jamás pensé pudiese abarcarme, habitarme, apoderándose de mí lenta pero imparable y asentándose en mis adentros como la raíz del árbol que invade la tierra.

Y así, de a poquitos, mi percepción de mi vida, de mi realidad, de este tránsito tan breve que llamamos existencia fue transformándose en un foco tan potente que pudo iluminar mi oscuridad; oscuridad y “NADA” que habían sido mis compañeros, mis apáticos amantes, mis rutinarios y vacíos minutos, horas, días…

Una simple hoja de papel y un sencillo lápiz viajan siempre conmigo; y con ellos me hundo en el verbo y en él me refugio, alimentándome de palabras.

Lo cierto es que llegué tarde a la poesía -a leerla, a escribirla, a amarla..- y esta certeza de un tiempo irrecuperable es la que me impele a recorrer el que me quede, con una voracidad, a ratos, agotadora.

Ir descubriendo belleza en metáforas imposibles que se muestran descaradamente prodigiosas; adornar con suavidad los sentimientos que, implacables, te golpean, te hieren, te acobardan… es un importante ejercicio de humildad y conocimiento de mi propio yo.

No soy poeta de felicidad. Bien al contrario, me siento inválida emocional para repartir amores, alegrías, despertares…

Mi vuelo está firmemente marcado por una parte desolada; ese lado huérfano de afectos o preñado de decepciones.

Y es que “LA FELICIDAD LA VIVO Y EL DOLOR LO ESCRIBO”.

Mis primeros poemas no eran sino historias en forma de verso (nunca rimadas).

Después fui evolucionando y pasando por un discreto tamiz demasiada palabra; limando obviedades; dejando desnudo el mensaje (sin afeites o adornos que nada aportaban, sino que “enredaban y estrangulaban la voz callada”).

Termina este año (2013) que para mí, ha sido arrebatador. Doce meses en los que él, el libro, me ha acompañado como un elemento más en mi caminar diario.

No es fácil “vender poesía” pero es cierto que he defendido mis versos (esos sencillos versos gestados en el corazón de una sencilla mujer) apasionadamente; y es que no vivo, ni escribo, ni siento… sino con pasión.

Bilbao, esta vez, se ha quedado pequeñito y “ese inmensoamor…” ha estado presente en Gijón, en Marbella, Zaragoza, Tarragona…

En Tarragona he vivido una experiencia muy especial.

Como canta Serrat, la vida, tan femenina ella, a veces te da un beso en los labios, y yo lo recibí de manos de la AMISTAD.

Las Breverías (que en el libro ocupan las páginas finales y pretenden ser “pellizcos de reflexión”) han sido maravillosamente tratadas por Antonio Luque, pintor y autor, igualmente, de la portada del libro.

Antonio llegó de la mano, amiga y cómplice, de Kepa.

… Nunca podré agradecer suficientemente a Kepa el empujón que dio a esta frágil mujer y con el que cambió el rumbo de mi vuelo, abandonando ¡por fin! la crisálida en la que me asfixiaba.

A veces, en las diferentes (y tan distintas) presentaciones del poemario, me siento un “algo torera”: novillera a ratos, figura que promete en otros… Cada lugar en el que he dejado abiertas las ventanas del alma, muchas han sido las “curiosas circunstancias” en las que ha tenido lugar esa presentación. Unas veces, han sido espacios llenos de público y, otras, tan sólo un ramillete (muy escaso en ocasiones) de personas que, inesperadamente, eligió la poesía como “forma de pasar la tarde”.

Pero creo no exagerar al decir que nadie ha quedado indiferente.

Existe (y eso es incontestable) una empatía que flota en el aire, tiñéndolo de complicidad, cuando el recitador y el espíritu del que escucha se encuentran, fundiéndose en el mensaje que intentan transmitir las palabras.

Por eso nunca me ha importado el número de público (escaso o numeroso) porque de lo que se trataba era de compartir esos sentimientos que, un día, filigraneé en papel y terminaron convirtiéndose en un libro.